Presento una nueva sección del blog: la realidad subjetiva hecha ficción. Semanalmente iré colgando un capítulo perteneciente a la historia en cuestión, empiezo por este relato, thriller de asesinatos que quizá sucedió en tu ciudad: La guadaña de la Parca
Capítulo I: El despertar de la muerte
Dormía plácidamente cuando noté en mi oído izquierdo el estruendo del nuevo despertador. Entreabrí un ojo y reconocí mi cuarto tal y como lo recordaba. Con los párpados aún pegados me incorporé haciendo un esfuerzo por no volver a desplomarme en el colchón, que notaba húmedo bajo las manos por mi propio sudor; había sido una mala noche.
Salí de entre las sábanas, apagué el despertador y me dirigí al aseo. Me sentía profundamente cansado tras un día duro y haber pasado toda la noche en vela viendo antiguas películas de terror, cosa que solía hacer pues era una de mis más recurrentes aficiones. Una vez frente al espejo del cuarto de baño vi reflejadas las manecillas del reloj de pared del cuarto de invitados, que marcaban las seis y cuarto. Pensé en lo curioso que resulta el paso del tiempo cuando uno duerme, como si fuese un espacio que nosotros nunca sabremos si acaso ha existido, y me eché abundante agua fría por toda la cara, despojándome de estupideces. Cuando me hube duchado y vestido desayuné algo rápido y tomé un buen sorbo de café, pensando en si debería seguir haciendo aquello en víspera de un día de trabajo.
Cuando era niño disfrutaba una barbaridad leyendo historias, me fascinaba sobremanera el recuerdo de lo pasado e incluso pensé dedicarme a ello. No obstante opté por hacerme policía, una profesión más adecuada por mi carácter noctámbulo y mi independencia casi felina.
Bajando los escalones del bloque de viviendas donde vivía me encontré de frente con la señora Juana. Era una mujer agradable y risueña, la clase de vecina que uno quisiera tener, no sólo por ser así sino porque vivía sola y no solía alborotar, de hecho nunca tenía una mala palabra con nadie. A diferencia de aquella matrona cuarentañera en aquella comunidad había algún que otro elemento bastante irritante.
-Buenos días Jorge.- esbozó una sonrisa mientras yo la saludaba- Aquel amigo tuyo está esperando abajo. Por cierto, hay nueva derrama según parece, para sanear el cuartillo del gas. No debe ser mucho…
-No se preocupe Juana, para que trabaja uno si no es para pagar fontaneros y chapucillas.
Tras despedirme bajé y subí al Peugeot de Jaime, “Cusco” para los amigos. Me miró con ojos de ciervo sobre unas gafas de sol agachando la enorme cabeza que Dios le había dado.
-Chaval, que llevó aquí diez minutos, ¿quieres hacer el puto favor de acostarte a horas normales?, que vas con ojos de yonqui…
No repliqué e hice un gesto con el brazo para que se pusiese en movimiento. Me informó sobre un caso de asesinato que debíamos investigar, no muy lejos de mi piso. El lugar era una vieja tienda de apaños para la ropa establecida en un local pequeño que se encontraba a nuestra llegada rodeada de agentes y acordonada.
Nos identificamos y entramos con un miembro de la policía criminal, que nos llevó al cadáver, una visión de ultratumba. El orondo cuerpo de un varón blanco de unos cincuenta años reposaba sobre la despejada mesa de una máquina de coser en la que apenas cabía su descomunal barriga. Sus extremidades colgaban y su cabeza estaba apoyada por el mentón sobre una máquina de coser de pedal. Al acercarme descubrí que el fino tuvo metálico para colocar los carretes de hilo le entraba atravesando su mandíbula hasta la lengua. No obstante, la evidencia mostraba que la causa de la muerte era un notable corte transversal en su espalda.
-¿Algún sospechoso, agente?¿Se sabe cuál fue el arma homicida?-pregunté.
-Bien, de momento no hay sospechosos y tampoco ningún testigo, aunque después podrá hablar con la mujer que descubrió el cuerpo, una costurera que trabaja aquí. En cuanto a lo que utilizó el asesino para abrir a este hombre en canal, por la sección del corte parece ser que fue un instrumento parecido a una hoz, puede que una guadaña.- me pareció un tanto peliagudo que alguien asesinara usando una guadaña, un elemento que solía medir un par de metros y que difícilmente se podía ocultar bajo la ropa.
En una esquina se encontraba la costurera, a la que eché un ligero vistazo antes de ir a interrogarla. Me pareció realmente atractiva, con su cabello cobrizo, sus ojos color miel y sus largas piernas. No pude evitar fijarme en sus pechos, que eran exuberantes, y en la abertura de su blusa, que dejaba ver sensual lencería de encaje. En el trato parecía asustada, y me contó que el muerto era el dueño de la tienda, y que no tenía más enemigos que cualquier empleado a disgusto con su sueldo. Eso podía hacerla sospechosa a ella también, pensé. Cuando me despedía para seguir cumpliendo con mis obligaciones me agarró del brazo y me dijo que tenía algo que contarme, pero que no lo haría en aquel lugar.
-Dime donde vives y pasaré por allí esta noche. – tras esas palabras fruncí el ceño, ya que aquello no era desde luego lo más común, aunque accedí movido por algo que no reconocía.
Pasé el resto del día dándole vueltas al asunto, sin quitármela de la cabeza, y cuando llegué a casa me desplomé en el sofá y dormí como un bebé. A las once en punto sonó el timbre: era ella, y venía realmente guapa, con el cabello recogido en una coleta y un vestido de gasa. Solo me miró a los ojos mientras le invitaba a pasar, sin decir nada, y una vez dentro soltó un pelo con una mano y se lanzó hacia mí, besándome.
Aquello me parecía realmente impropio, pero aquella chica era una diosa y la carne es débil. Sentí su lengua junto a la mía y sus brazos me rodeaban sobre mi cuello. La agarré fuerte y la llevé hacía la cama sin decir una sola palabra. Allí nos desnudamos lentamente, mientras miraba su cuerpo mitológico. La besé de arriba abajo: su pelo, sus pestañas, sus ojos, su nariz, su boca, su cuello de cisne, su pecho y su ombligo, no deje ningún recoveco. Seguí bajando hasta el cruce de sus piernas y trate de hacerla gozar. Después entré en su interior y me sentí genial, era algo increíble. Nos compenetramos de una manera simbiótica, y sus ojos ardían de placer igual que todo su cuerpo.
Llegamos al éxtasis mientras nos saboreábamos como el que prueba algo por
primera vez. Estábamos cerca del cielo y cuando acabamos de amarnos caí en redondo, cerrando los ojos y cogiendo algo de aliento. Cuando los abrí, consciente de aquella situación tan embarazosa y poco profesional, giré la cabeza para hablar con ella. Mi corazón explotó en el más profundo de los horrores y mi cabeza se heló: junto a mí descansaba el cuerpo inerte de una anciana decrépita y cadavérica, con las cuencas de los ojos vacías y desprendiendo un hedor nauseabundo. Su cráneo se inclinó hacía mí y esbozó una sonrisa malévola dejando ver los dientes ennegrecidos.