jueves 10 de mayo de 2007

EL PEQUEÑO AZOTE



AVISO: (se destripa parte del argumento)


PELÍCULA: Suspiria

AÑO: 1977

DIRECTOR: Dario Argento

REPARTO: Jessica Harper, Stefania Casini, Flavio Bucci, Miguel Bosé, Barbara Magnolfi, Susanna Javicoli, Rudolf Schündler.

AZOTE:

Como ya dije, esta película me dejó un buen sabor de boca. Se trata de la más famosa obra del género "guiallo", un film que paró corazones en su estreno. No es de extrañar que se la tenga como una referencia del cine de autor de los 70, y es que tiene grandes puntos en su favor.
¿Quién no se acurrucó en su manta las noches de tormenta cuando aun era un impúber jovenzuelo oyendo las risillas de las brujas? Desde luego es algo que nos aterra; la magia negra y el poder que puede inflingir en nuestras mentes. En esta cumbre de Argento vamos paso a paso descubriendo el secreto de los asesinatos, que por otra parte tienen como ejecutor a un reconocible rumano.
Por no desentrañar demasiado del contenido del largometraje diré que lo mejor para mí es sin duda la banda sonora (simplemente impresionante, tiene poco parangón en el cine de terror) y los decorados: la academia es en su esencia vanguardista realmente siniestra, yo diría sangrienta por sus vivos colores y estilo.
Lo negativo es lo que resta puntos a la calidad de la historia: la sangre parece pintura brillante, la forma de acuchillar del asesino es irreal y el final me resulta realmente poco acertado; imagino que podríamos encontrar formas más sutiles de desvelar el misterio y que dejasen volar algo nuestra imaginación. Pese a todo, la carencia de buenos efectos especiales es comprensible siendo un film de finales de los años setenta.
En fin, debo recomendar esta película a cualquiera que aprecie el terror psicológico así como muchas de las obras del gran director italiano Dario Argento.
Por último mencionaré la escena que más me gustó y que me parece representativa de la maldad que encontraremos: Suzie camina por el pasillo y encuentra a una de las orondas cocineras dando brillo a una especie de cuchillo junto al sobrino de la subdirectora; un cegador reflejo va directo a los ojos de la protagonista mientras suena la banda sonsora, justo el momento en que parece detenerse el tiempo.

Lírica de una pesadilla

En esta nueva entrada intentaré explicar algunos de los sueños que he tenido y que han resultado más recurrentes y sinsentido, además de terroríficos.
Caído ya el Sol despiertan los sueños,
brota la noche y el astro hermano;
acércome yo al fin de lo humano,
evoca terror pues no somos dueños.

A mi siniestra una pila de leños,
a mis espaldas el frío pantano;
criaturas del mal, nada mundano,
diabólicos seres, duendes risueños.

He hallado cobijo en un rostro amigo
de rasgos extraños distorsionados
mas veo en sus ojos mi único abrigo.

Al frente la mina de sepultados;
penetro el terror y soy testigo
en mi hogar los reos ajusticiados.
Tornada funesta fue la morada
y colgajos, insectos, polvo, temor,
me lleva hacia fuera el fuerte hedor,
solo encuentro una estación elevada.

Nada difunto, la paz respetada
viajeros circulan a mi alrededor;
mi presencia no advierten, mas algo es peor
en sus faces no hay seña consumada.

Aciago el momento en que vuelvo adentro;
tras la puerta un haz de luz y una sombra
entran gemelas, la fuerza no encuentro.
Se acercan, acechan, alguien me nombra
ante aquellos ojos no me centro;
solo ante el mal y la imagen zozobra.

miércoles 9 de mayo de 2007

Relatos de terror

Capítulo IV: La leyenda de la muerte
En la cabeza notaba el ronroneo incesante de las voces del más allá, voces de ultratumba que se difuminaban y se tornaban indistinguibles. Cuando abrí los ojos de nuevo me sentí renacer, más vivo de lo que lo había estado nunca y rabioso, sediento de venganza. No había nadie en la sala blanca que me rodeaba, solo mi cama y algunos aparatos de asistencia médica. Notaba un pinchazo agudo en el brazo izquierdo justo en el orificio de entrada de la bala, que estaba tapado con una gasa de donde comenzaba a emanar un ligero rastro sangriento.

Me levanté enérgicamente y extraje la sonda de la nariz y del brazo, produciéndome bastante dolor. Busque mi ropa y me la puse, registré un cajón donde encontré mis pertenencias justo en el momento en que entraba una enfermera sermoneándome sobre los inconvenientes de abandonar la habitación. Tras ella entró mi amado compañero de sobrenombre inefable, el gran Cusco.

- Creo que deberías descansar, pero ha venido la juez Martín a saber por tu estado y a interesarse por los sucesos. Parece ser que hay un sospechoso.

- No me digas… ¿de quien se trata? – pregunté excitado.

- Al parecer la persona que te atacó raptó a Flavia, o quizás la haya matado, que sé yo. La grúa era propiedad del estado para recuperación de vehículos abandonados, y el conductor en cuestión se encuentra en paradero desconocido.

- De modo que tenemos a un fiambre, un asesino o un argentino que se ha metido en densa niebla. – le comenté aquello último sabiendo que llegaría una gran carcajada por su parte.

La situación era muy extraña, desde luego. Ni pistas firmes, ni enlaces de cercanía; nada. Pensaba que la teoría de una matanza religiosa era una buena opción, pero Flavia no me parecía una beata. Aparte de eso las víctimas no tenían ningún enlace aparente.

Al salir del hospital nos dirigimos a casa porque era nuestro día libre, aunque sopesando las huellas que el asesino nos dejó. Aquella forma de acabar con sus víctimas no era casual sino causal, y estaba seguro de que encontraríamos las migas de pan en ese atuendo mortífero y en las tijeras doradas. Además pensaba en la dulce Flavia que se encontraba a merced de un criminal. Subiendo la escalera junto a Cusco apareció de nuevo mi vecina, Juana, que dejó caer un bolsa al verme.

-¿Qué te ha pasado, Jorge? ¿Dios mío estás bien?- Se interesaba por mí y no entendía que supiese lo del disparo. Después me di cuenta de un pequeño detalle, mi camiseta era roja en mi brazo izquierdo; los puntos de sutura se habían abierto.

- No se preocupe no es nada… - otro vecino bajaba corriendo y me interrumpió mientras me explicaba. Empezaron a discutir sobre la necesidad de gritar y molestar.

Los dejé en su lucha verbal con una disculpa y entramos en mi piso. Encendí el ordenador para buscar el significado de esa simbología. Comprendía que su disfraz era el de la muerte, pero no encontraba entre sus útiles las tijeras.

En un buscador introduje las palabras…”tijeras doradas”… nada; “tijeras de oro”… no; puse “muerte”, “parca”, “símbolos de la muerte”, pero no encontré lo que buscaba. “Parca tijeras de oro”… premio. Había un link a una enciclopedia virtual en la sección titulada Moiras. Era mitología latina: las Moiras, llamadas Parcas también, eran las que manejaban el destino y la muerte para los romanos y los griegos. Eran tres hermanas, hijas de Zeus y de Nix, la diosa de la noche. Cloto, Láquesis y Átropos, tenían cada una su función. La primera y más joven tejía el destino de los hombres, la segunda en edad lo enrollaba en un carrete y guiaba el destino y la tercera, la anciana, corta con tijeras de oro el hilo sin respetar poder, riqueza o edad. Desde luego daba pie a creer que el asesino estaba utilizando esta leyenda para hacer su justicia personal. No tenía ni idea de cual era el móvil pero sabía que mucha gente corría peligro. Tal vez sus vidas estaban cerca de ser cortadas.

El teléfono móvil de Cusco empezó a sonar. Cuando descolgó y me miró supe que teníamos a otro criando malvas.

- Sorpresa Jorge, los de emergencias han entrado en el piso del conductor y han encontrado el cadáver de un monaguillo. Cuando lo veas vas a flipar, le han pegado las manos con cola de contacto a un libro de historia y han escrito otra frase en latín en la mesa: “eritis sicut Deus”. Me han dicho que significa “Seréis como dios”.

viernes 4 de mayo de 2007

HUMOR NEGRO



Exaltación de la vagancia

En la línea de seguir hablando de lo que me dé realmente la gana, hoy hablaremos sobre algo que me apasiona que es la vagancia, allá vamos.

El término vago se suele utilizar de modo despectivo o para faltar y criticar a alguien, así mi opinión es totalmente diferente, los vagos somos gente de buen vivir que evitamos el estrés y que ¿porqué no?, si lo puede hacer otro, para que hacerlo yo.

Analicemos el territorio en el que vivimos; bajo las fronteras patrias la vagancia es cuestión de estado, forma de vida entre nosotros, los Españoles: que si la siesta, el aperitivo, los 800 puentes al año, las infinitas bajas laborales(esguinces con el ratón del ordenador o depresiones continuas porqué hemos visto Bambi y no podemos superar la muerte de mamá ciervo), por no hablar de los trabajadores del paro, aquellos que trabajan 2 días y en cuanto ven que lo pueden cobrar se pasan a las listas del INEM.

Somos un país de vagos en que los moritos tienen que venir a sembrar nuestros huertos porqué tenemos lumbago y en el que más accidentes hay en carretera, la causa: la gente se cansa de conducir y prefiere morir antes que tener los brazos sujetados al volante durante horas. Así yo tengo una teoría: al vago no es que no le guste trabajar porqué no lo hace, sino que al que no le gusta es al que trabaja porque éste si que lo hace.

Un saludo amigos.

Artículo dedicado a los 44.500.000 de vagos que habitamos en España, aún así somos la octava potencia mundial, ole nuestros c******.
Por J. Otero.

domingo 29 de abril de 2007

Relatos de terror

Capítulo III: Parada en el motel .15
Ya era tarde, altas horas de la madrugada y Flavia estaba más serena en el asiento del acompañante mientras la llevaba a casa. “Soy una pecadora que paga con su vida sus males terrenales”. Es algo peculiar semejante epitafio, sobretodo teniendo la seguridad que tu hija encontrará tu cuerpo pálido desangrado.

Comenzaba a caer la lluvia con violencia sobre el asfalto de la carretera que nos conducía a la zona metropolitana y apenas conseguía ver a unos metros de distancia. El vaho empañaba el parabrisas y me afanaba en limpiarlo para poder ver la pineda que nos rodeaba y los escasos vehículos cruzando sus luces con las nuestras. En la cumbre de la tormenta perdí la concentración un segundo y atraqué contra el bordillo derecho de la calzada con gran estruendo, poniendo el corazón de ambos en vilo. Frené en secó y maldije, bajé y corroboré mis sospechas que apuntaban a un neumático reventado. Alcé la cabeza y tragué las frías gotas de la desesperación.

- Tenemos un problema, un reventón. – dije mientras cerraba la puerta- intentemos avanzar, sólo quedan unos quilómetros, puede que aguante.

Cambié el sentido de la marcha buscando la salida a la autovía, pero una vez allí apenas pudimos avanzar y acepté que no podíamos seguir en semejantes condiciones. Le dije a Flavia que tendría que bajar para echarme una mano.

-Puedes coger mi chaqueta, tiene capucha. Y también el chaleco reflectante.- lo buscó y se lo puso bajo el chaquetón. – Bien, ¿podrías llamar a una grúa mientras yo coloco los triángulos y demás? El número es este.

Flavia asintió y se dispuso a hacerlo, mientras yo iba a mirar el kilómetro en el que estábamos apeados, el doscientos veinticinco. Se lo chillé a cien metros de distancia para que dijese nuestra posición. Pude ver que buscaba entre los trastos del maletero algo y sacaba un balón de fútbol desinflado, una mancha de mano, algunas cajas y unas bolas de petanca de colores. Observé el lugar en que estábamos detenidos, justo en la puerta de un insulso motel de mala muerte llamado punto quince. Menudo triunfo de apelativo.

Sólo habían pasado un par de minutos pero pude ver que el brillo de las sirenas de una grúa llegaba al coche y estacionaba a un costado. Toda su iluminación se apagó fulminada; comencé a caminar hacia allí. De la cabina salió un bulto oscuro, una figura vistiendo un sayo negro. Con nitidez vi el brillo cegador de la hoja fatal de una guadaña. Grité y corrí hacia allí, pues mi arma reglamentaria estaba en la chaqueta que llevaba Flavia.

- ¡Flavia, la pistola! ¡En la chaqueta, cógela!- ella, sobresaltada, buscaba el frío metal y para cuando lo encontró había descubierto una piedra en su retroceso que le hizo tambalearse y caer. La beretta voló a dos metros de ella, cerca de su atacante. Aflojé mi marcha ya a apenas veinte metros en el momento en que la misma muerte se agachaba para recoger su justicia y apretaba el gatillo encañonándome. Me desplomé sintiendo el desgarro del fuego y todo se hizo oscuridad.

martes 24 de abril de 2007

HUMOR NEGRO

Queridos amigos, por fin y ante la insistencia del todopoderoso magnate de la comunicación y presidente corrupto de este exitoso blog A. Fortuna, me voy a dignar a hablar de las películas de terror.

Me gustaría comenzar hablando de la importancia del atractivo de lo terrorífico u oscuro en cuanto a la sociedad (sino es inexplicable que nuestro presidente sea ZP), así a la gente le gusta ver asesinatos, ver a tipos pasándolo mal, sufriendo dolores desgarradores, deformaciones espectaculares o suspense como para despertar del coma a cualquier anciano centenario.

Hecha esta introducción es necesario recordar una célebre frase de Woody Allen “Una película de éxito es aquella que consigue llevar a cabo una idea original”, así muchas películas del género negro pecan de poca originalidad, de argumento fácil, e incluso algunas cambian al género cómico fácilmente(si no han visto “las colinas tienen ojos”, véanla, impresionante), así por ejemplo hay obras maestras como la inspiración de este blog: El Resplandor, la mayoría de películas del flacucho Hitchcock, El Exorcista o El Silencio de los Corderos, mi preferida.

En fin queridos bloggers la clave de toda buena pelÍcula ya sea de terror o de acción es la originalidad; perdón, de acción no, imposible una pelÍcula de acción original, así os recomiendo que los que estéis interesados en películas de terror llameis al nº 485890395948423 y dando vuestro numero de visa, os suscribiréis a los clásicos del misterio al módico precio de 45000 Euros (pago a plazos negociables), recordamos que este blog no tiene en absoluto animo de lucro, simplemente queremos pagar las agobiantes deudas que tenemos con ciertos tipos duros a causa de pequeños problemas con el juego y tráfico de armas.

Colaborad con una causa noble.

Buenas noches y buena suerte.
Por J.Otero.

lunes 23 de abril de 2007

Relatos de terror

Capítulo II: La marca del asesino
A las once en punto sonó el timbre y yo estaba aún temblando a causa de la terrible pesadilla de la que acababa de despertar. Desorientado, aturdido; bajé del sofá de piel sintética amarillo aún desconcertado, sabiendo que debía ser ella quien acababa de tocar el timbre. Sentí auténtico pavor sintiendo en mi lengua aun la imagen de aquel cadáver.

Abrí la puerta y efectivamente la encontré, mirándome mientras apretaba su labio inferior con los dientes.

-Perdona por hacerte esperar… ¿Te llamabas?- pregunté.

-No importa; Flavia Kristein –seguía mirándola pensando en si mi mente habría reproducido con acierto aquel cuerpo desnudo.

Hice un gesto para que entrase y le dije que se sentara y si le apetecía tomar algo, encontrándome su educada negativa.

-Exótico…- vi en su cara que no sabía de que estaba hablando- …tu nombre, eh… ¿de dónde eres?

-Mi padre era argentino, pero vino a vivir aquí por negocios y conoció a mi madre. Él era un poderoso político casado y ella una mujer soltera, así que vivieron en pecado. Durante años. Tuvo que decidir entre su ostentosa vida y nosotras… mi madre, mis hermanas y yo nos quedamos solas. De hecho yo no lo conocí, porque era muy pequeña.

Cuando acabó de hablar esbozó una sonrisa infantil; aquella chica que debía estar bordeando los veinticinco tenía un toque desinteresado al más puro estilo del sándwich untado en crema de cacao: está bueno y a todos nos gusta, pero hace un tiempo que dejamos de ver Bambi. No obstante era embriagador.

-Interesante… veamos, ¿de que querías hablarme?- le pregunté inquisitorialmente.

-Verás, yo vi al asesino del señor Martínez. No pude apreciar su rostro pero si lo que hizo. Vestía una túnica larga y negra que le cubría los pies y también la cabeza, y en una mano llevaba la guadaña que utilizó para matarlo. Lo encontré justo al entrar y me llevé un gran susto, créeme.- su explicación parecía un cuento de ficción, pero aún así no entendí el hermetismo de la cuestión, de modo que la interrogué sobre el tema:

-Has dicho que viste al asesino, pero no su cara, y que llevaba una guadaña. Pero, ¿por qué no le dijiste eso al teniente y lo has reservado para decírmelo a mí?

-Porque me entró el pánico, me dijo que no se lo dijese a nadie y desapareció por una ventana. Creo que podría venir a por mí.- mientras ella hablaba oí el móvil y lo descolgué: era Cusco.

-Bien, creo que tendremos que seguir otro día con esta conversación, ha habido otro asesinato.

Agarré la cazadora y Flavia me siguió haciendo preguntas sobre las que aún no tenía respuesta. Mientras ponía en marcha el coche ella subió por la otra puerta.

-¿Qué haces? No puedes venir conmigo, vuelve a casa.

-Allí no estoy segura, puede que el asesino vuelva a por mí.- sabía que no la dejaría solo con una leve mirada, en tan poco tiempo ya me había calado.

Cruzamos las calles de la ciudad en la fría noche, pasando cerca del estadio donde frecuentaban los transexuales, que hacían uso de su don con desesperados maridos de ebrias damas de bocadillo de lomo. Por decirlo de alguna manera, desde luego.

El asfalto estaba cubierto del agua de la llovizna que había empezado a caer y la luna delantera se empañaba cada vez más. Llegamos al lugar del segundo asesinato: una iglesia.

El lugar estaba igual de repleto de miembros del cuerpo de policía que en el primer acto de la función. Entramos bajo el pórtico y al fondo, en el altar, se encontraba el cuerpo crucificado de una mujer de avanzada edad vestida con un hábito. Estaba clavada a la cruz por las muñecas y los pies, aunque tenía estigmas en las palmas de las manos. Noté la ausencia de todo en aquel lugar; ella, a diferencia de Jesús, no había dado su vida por la humanidad sino por el ansia de sangre de su ejecutor. De nuevo, su muerte no estaba causada por aquello, ya que tenía unas tijeras doradas alojadas en el pecho; la sangre caía a goterones destacando sobre el brillo del arma. Bajo al cuerpo se distinguían unas palabras escritas con sangre en aparente latín: “Ego sum humanus. Liber et omnem verum prudeunt”.

-¿Qué significa esto, Cusco?- le pregunté, pues no sabía un ápice de latín.

-Soy humano. Libre y con la verdad por delante.- reveló sonriendo- yo también soy humano, aunque no siempre voy con la verdad por bandera. Ya me entiendes fiera.

Cusco reía pero yo no encontraba la gracia ante aquel espanto. Pude darme cuenta de que Flavia estaba temblando junto a mí, supe que ella no pintaba nada en aquel lugar y debía sacarla al aire libre. Mientras la agarraba del brazo y le pedía que saliese comenzaron a bañarse sus ojos en lágrimas.

-Mi madre se suicidó cuando yo tenía apenas unos meses… mis hermanas tenían cinco y quince años, y nos dieron en adopción. Se cortó las venas y se metió en una bañera con agua muy caliente, para no sufrir. Ella dejó una nota y me ha recordado mucho a esto- entre sollozos acabó de relatarme su historia y dudé un segundo en si debía preguntárselo.

-¿Qué ponía en aquella nota?

sábado 21 de abril de 2007

HUMOR NEGRO

LA OSCURIDAD

En la mayoría de ocasiones el término “oscuridad” u “oscuro” se utiliza en tono malicioso, prohibitivo e incluso de otro mundo como diría Iker Jiménez. Una cosa es cierta, la oscuridad arrastra consigo a toda una serie de personajes indeseables como drogadictos moribundos, inmigrantes rumanos “asalta-chales” o transexuales que anhelan el estatus de prostituta para ganarse la vida en tan digno oficio, pero más allá de estas conjeturas la oscuridad alberga a seres apasionantes que saben vivir la vida cuando todos duermen como son los juerguistas o vividores, gente adicta al juego u hombres de la basura, al fin y al cabo gente noble, que vive en exceso con cierto glamour y alcoholismo.

La capital de la noche sin duda es Las Vegas conocida como la ciudad del pecado, templo del juego, del alcohol y de asesinatos mafiosos interesantes que nutren el apetito novelístico de cientos de escritores, así la oscuridad es un negocio para muchos, yo siento predilección por ella, cuando todo está en silencio, cuando la tele tienda nos anuncia baba de caracol, cuando los búhos observan y conservan los bosques, cuando a los universitarios les sale el café por las orejas para evitar el sueño y estudiar grandes libros, en fin la oscuridad nos atrae a mucha gente.

Acabo este artículo a las 4:20 de la mañana de un sábado habiendo salido de casa del creador de este blog para adentrarme en el mundo de la noche en un breve paseo hasta mi hogar, nunca dejare de sorprenderme por esas luces encendidas en la oscuridad de los grandes bloques de viviendas con hombres de larga edad que aprovechando que su esposa que seguramente ya no se depila, está malhumorada todo el día y puede llegar a pesar 180 Kg se ha dormido, ellos se conectan al canal 25 y disfrutan de unos instantes de placer con el porno barato....

Un saludo, noctámbulos amigos.
Por J. Otero

jueves 19 de abril de 2007

EL PEQUEÑO AZOTE



AVISO: (Se destripa parte del argumento)


PELÍCULA: El Resplandor

AÑO: 1980

DIRECTOR: Stanley Kubrick.
REPARTO: Jack Nicholson, Shelley Duval, Danny Lloyd, Scatman Crothers.

AZOTE:
Sublime, magnífica, apoteósica. Esta obra maestra de Kubrick refleja con gran maestría la esencia del auténtico terror, aquel que no tiene dueño ni creador, pese a los comentarios de Stephen King que dudaba de si se había entendido la idea; el hotel es el mal, el mal no reside en Jack Torrance ni en los fantasmas, lo cual lo convierte en más abstracto, más incomprensible y por lo tanto temible.

El maestro de la paranoia por antonomasia inflinge aquí un sufrimiento evidente en sus actores, especialmente en Shelley Duval y su sicótico personaje, Wendy. Su interpretación está cerca de bordarse, igual que la de sus compañeros de reparto: el pequeño Danny parece ido constantemente y Jack Nicholson se encuentra en su salsa, actuando en realidad poco, pues él mismo es una persona hilarantemente delirante.

Se suma a este conjunto una banda sonora correcta y escenas para la posteridad, como son la persecución en el laberinto, el río de sangre del ascensor, el triciclo de Danny y las gemelas, y por cierto la que más me intriga, un personaje disfrazado de cerdo practicando una felación a otro hombre trajeado. Una de las interpretaciones es que la felación homosexual es propia de cerdos, lo cual no me resulta propio del liberal y ateo Stanley, aunque el humor morboso de Kubrick da para esto y más.

Sólo resta la deficiente traducción a nuestro idioma, siendo Verónica Forqué quien dio su voz a Wendy.

Por último citaré una frase sobre este film que una vez leí y que me parece muy precisa: “Otro punto importante es la frustración de Jack como artista. Todos los problemas que desencadenan su locura provienen de su incapacidad para crear. El que no crea destruye. Esta reflexión es, en esencia, lo que vemos día a día en los seres humanos que irradian maldad: Hitler, Mussolini, o Stalin son famosos ejemplos de malos constructores que optaron por derrumbarlo todo, de modo que formulo la siguiente relación:

El hotel es Hitler, Jack es la Wehrmatch, Wendy el pueblo judío y Danny el poder. Simple y claro, el hotel Overlook es una personalidad propia nacida del infierno que necesita un medio para adueñarse de lo que pretende, el dominio del mundo, aunque para ello deba sacrificar a todos los judíos, pero sabiendo que una vez tenga a Danny conquistará el mundo entero. Sutil y elegante.

En cuanto a los símbolos de la película, quisiera saber vuestra opinión sobre el significado de tres escenas: la ya mencionada de la felación, la de la anciana decrépita (sobre todo quien creéis que es) y la de la foto que aparece al final (que podéis ver junto a la cabecera del blog) tomada en 1921 y donde aparece Jack Torrance.

domingo 15 de abril de 2007

Relatos de terror

Presento una nueva sección del blog: la realidad subjetiva hecha ficción. Semanalmente iré colgando un capítulo perteneciente a la historia en cuestión, empiezo por este relato, thriller de asesinatos que quizá sucedió en tu ciudad: La guadaña de la Parca


Capítulo I: El despertar de la muerte



Dormía plácidamente cuando noté en mi oído izquierdo el estruendo del nuevo despertador. Entreabrí un ojo y reconocí mi cuarto tal y como lo recordaba. Con los párpados aún pegados me incorporé haciendo un esfuerzo por no volver a desplomarme en el colchón, que notaba húmedo bajo las manos por mi propio sudor; había sido una mala noche.

Salí de entre las sábanas, apagué el despertador y me dirigí al aseo. Me sentía profundamente cansado tras un día duro y haber pasado toda la noche en vela viendo antiguas películas de terror, cosa que solía hacer pues era una de mis más recurrentes aficiones. Una vez frente al espejo del cuarto de baño vi reflejadas las manecillas del reloj de pared del cuarto de invitados, que marcaban las seis y cuarto. Pensé en lo curioso que resulta el paso del tiempo cuando uno duerme, como si fuese un espacio que nosotros nunca sabremos si acaso ha existido, y me eché abundante agua fría por toda la cara, despojándome de estupideces. Cuando me hube duchado y vestido desayuné algo rápido y tomé un buen sorbo de café, pensando en si debería seguir haciendo aquello en víspera de un día de trabajo.

Cuando era niño disfrutaba una barbaridad leyendo historias, me fascinaba sobremanera el recuerdo de lo pasado e incluso pensé dedicarme a ello. No obstante opté por hacerme policía, una profesión más adecuada por mi carácter noctámbulo y mi independencia casi felina.

Bajando los escalones del bloque de viviendas donde vivía me encontré de frente con la señora Juana. Era una mujer agradable y risueña, la clase de vecina que uno quisiera tener, no sólo por ser así sino porque vivía sola y no solía alborotar, de hecho nunca tenía una mala palabra con nadie. A diferencia de aquella matrona cuarentañera en aquella comunidad había algún que otro elemento bastante irritante.

-Buenos días Jorge.- esbozó una sonrisa mientras yo la saludaba- Aquel amigo tuyo está esperando abajo. Por cierto, hay nueva derrama según parece, para sanear el cuartillo del gas. No debe ser mucho…

-No se preocupe Juana, para que trabaja uno si no es para pagar fontaneros y chapucillas.

Tras despedirme bajé y subí al Peugeot de Jaime, “Cusco” para los amigos. Me miró con ojos de ciervo sobre unas gafas de sol agachando la enorme cabeza que Dios le había dado.

-Chaval, que llevó aquí diez minutos, ¿quieres hacer el puto favor de acostarte a horas normales?, que vas con ojos de yonqui…

No repliqué e hice un gesto con el brazo para que se pusiese en movimiento. Me informó sobre un caso de asesinato que debíamos investigar, no muy lejos de mi piso. El lugar era una vieja tienda de apaños para la ropa establecida en un local pequeño que se encontraba a nuestra llegada rodeada de agentes y acordonada.

Nos identificamos y entramos con un miembro de la policía criminal, que nos llevó al cadáver, una visión de ultratumba. El orondo cuerpo de un varón blanco de unos cincuenta años reposaba sobre la despejada mesa de una máquina de coser en la que apenas cabía su descomunal barriga. Sus extremidades colgaban y su cabeza estaba apoyada por el mentón sobre una máquina de coser de pedal. Al acercarme descubrí que el fino tuvo metálico para colocar los carretes de hilo le entraba atravesando su mandíbula hasta la lengua. No obstante, la evidencia mostraba que la causa de la muerte era un notable corte transversal en su espalda.

-¿Algún sospechoso, agente?¿Se sabe cuál fue el arma homicida?-pregunté.

-Bien, de momento no hay sospechosos y tampoco ningún testigo, aunque después podrá hablar con la mujer que descubrió el cuerpo, una costurera que trabaja aquí. En cuanto a lo que utilizó el asesino para abrir a este hombre en canal, por la sección del corte parece ser que fue un instrumento parecido a una hoz, puede que una guadaña.- me pareció un tanto peliagudo que alguien asesinara usando una guadaña, un elemento que solía medir un par de metros y que difícilmente se podía ocultar bajo la ropa.

En una esquina se encontraba la costurera, a la que eché un ligero vistazo antes de ir a interrogarla. Me pareció realmente atractiva, con su cabello cobrizo, sus ojos color miel y sus largas piernas. No pude evitar fijarme en sus pechos, que eran exuberantes, y en la abertura de su blusa, que dejaba ver sensual lencería de encaje. En el trato parecía asustada, y me contó que el muerto era el dueño de la tienda, y que no tenía más enemigos que cualquier empleado a disgusto con su sueldo. Eso podía hacerla sospechosa a ella también, pensé. Cuando me despedía para seguir cumpliendo con mis obligaciones me agarró del brazo y me dijo que tenía algo que contarme, pero que no lo haría en aquel lugar.

-Dime donde vives y pasaré por allí esta noche. – tras esas palabras fruncí el ceño, ya que aquello no era desde luego lo más común, aunque accedí movido por algo que no reconocía.

Pasé el resto del día dándole vueltas al asunto, sin quitármela de la cabeza, y cuando llegué a casa me desplomé en el sofá y dormí como un bebé. A las once en punto sonó el timbre: era ella, y venía realmente guapa, con el cabello recogido en una coleta y un vestido de gasa. Solo me miró a los ojos mientras le invitaba a pasar, sin decir nada, y una vez dentro soltó un pelo con una mano y se lanzó hacia mí, besándome.

Aquello me parecía realmente impropio, pero aquella chica era una diosa y la carne es débil. Sentí su lengua junto a la mía y sus brazos me rodeaban sobre mi cuello. La agarré fuerte y la llevé hacía la cama sin decir una sola palabra. Allí nos desnudamos lentamente, mientras miraba su cuerpo mitológico. La besé de arriba abajo: su pelo, sus pestañas, sus ojos, su nariz, su boca, su cuello de cisne, su pecho y su ombligo, no deje ningún recoveco. Seguí bajando hasta el cruce de sus piernas y trate de hacerla gozar. Después entré en su interior y me sentí genial, era algo increíble. Nos compenetramos de una manera simbiótica, y sus ojos ardían de placer igual que todo su cuerpo.

Llegamos al éxtasis mientras nos saboreábamos como el que prueba algo por primera vez. Estábamos cerca del cielo y cuando acabamos de amarnos caí en redondo, cerrando los ojos y cogiendo algo de aliento. Cuando los abrí, consciente de aquella situación tan embarazosa y poco profesional, giré la cabeza para hablar con ella. Mi corazón explotó en el más profundo de los horrores y mi cabeza se heló: junto a mí descansaba el cuerpo inerte de una anciana decrépita y cadavérica, con las cuencas de los ojos vacías y desprendiendo un hedor nauseabundo. Su cráneo se inclinó hacía mí y esbozó una sonrisa malévola dejando ver los dientes ennegrecidos.